viernes, 5 de agosto de 2011

Azúl


El día se tornaba azul en sus esquinas, si esperabas unos minutos, a veces al doblar podías perseguir al rojo como un secreto que se esconde y te tienta a que lo encuentres. Si te sentabas en una plaza pequeña que había cerca de ti, te encontrabas con el naranja del frente, atrapándote en un sinfín de tentaciones hipnóticas. Si tuviste suerte, recordaste no caer como una luciérnaga en su última sinfonía luminosa. Sólo si tuviste suerte.
Para el caso, seguías en aquel banco, tratando de ser tú el desafiante, el atrevido buscador de verdades o aventuras, retándote mutuamente con el entorno que se sumaba a una batalla por la resistencia. Empezaste a cerrar los ojos, el violeta hizo una entrada triunfal en el campo de batalla tornasolado, te preguntaste por qué el desorden. No recuerdas al naranja uniéndose con tu nuevo retador, pero tal vez fue una estrategia para confundirte. Los nervios comenzaron a rasguñarte la espalda, sentiste el sudor que caía por tu piel y te preguntaste cuál sería la próxima jugada, estabas listo, nervioso por esperar lo que sabías que llegaba sin saber qué era. Cuántas veces te sentiste preparado para ese algo, ese algo que vibra hasta en lo más profundo de tus entrañas y lo esperas, volviendote un muro, una roca de cristales preparado para cualquier reacción. Así estabas una vez más. Te percataste de que el banco reposaba sobre un verde estático, no hablaba como los otros y aún así los demás venían, se preparaban con sus sucias jugarretas y tú tentabas al destino a que pudieran sorprenderte.
El violeta se volvió más alto, un gigante sobre los brillos negros y los espejos marrones. Te aferraste al banco para recibir el golpe y de pronto, todo pareció una gran explosión de laberintos plateados y de fuegos que se abandonaban y te abandonaban. Brillo y ceguera…
Recordaste tus gritos, tu anhelo por la sorpresa. Podías resistirlo pero aún así te sabías impotente de antemano, recibirlo y eso es todo. Las vueltas se terminaron, el suelo que ya no sabías donde estaba se aferró lentamente a tus pies. Estabas aturdido. Tu cabeza resentida no quería desprenderse del torbellino, aún seguías en él aunque algo sólido parecía yacer debajo de ti, esperaste.
Cuando el mundo dejó de girar, te percataste de que tú seguías girando, y el azul y su negro, y tus ojos y su negro, un dejo de aire se desprendió de tu garganta y comprendiste, en una vorágine fugaz, que seguirías girando y pronto caerías, caerías en el profundo ocaso del azul de tus propios labios.

Luján Martínez

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